Las Invisibles
Mandaba la
tradición que los ombligos de las recién nacidas fueran enterrados bajo las
cenizas de la cocina, para que temprano aprendieran cual es el lugar de la
mujer, y que de allí no se sale.
Cuando estallo
la revolución mexicana, muchas salieron, pero llevando la cocina a cuestas. Por
las buenas o por las malas, por secuestro o por ganas, siguieron a los hombres
de batalla en batalla. Llevaban el bebe prendido a la teta y a la espalda las
ollas y las cazuelas. Y las municiones: ellas se ocupaban de que no faltaran
tortillas en las bocas ni balas en los fusiles. Y cuando el hombre caía,
empuñaban el arma.
En los trenes,
los hombres y los caballos ocupaban los vagones. Ellas viajaban en los techos,
rogando a dios que no lloviera.
Sin ellas, soldaderas,
cucarachas, adelitas, vivanderas, galletas, juanas, pelonas, guachas, esa
revolución no hubiera existido.
A ninguna se le
pago pensión.
Del
libro Espejos: Página 251. Eduardo
Galeano
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