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miércoles, 31 de agosto de 2016

El vallenato...

1948
Valle de Upar
El vallenato

Yo quiero pegar un grito y no me dejan...

El gobierno de Colombia prohíbe el Grito vagabundo. Arriesgan calabozo o bala quienes lo canten. En el río Magdalena, lo cantan igual.

El pueblo de la costa colombiana se defiende musiqueando. El Grito vagabundo es un ritmo vallenato, uno de los cantos de vaquería que dan noticia de los sucedidos de la región y, de paso, le alegran el aire.

Con el acordeón al pecho cabalgan o navegan los trovadores de vallenatos. Con el acordeón al muslo reciben el primer trago de todas las parrandas y lanzan su desafío, salga quien salga, a duelo de coplas. Como cuchilladas se cruzan los versos vallenatos, que el acordeón lleva y trae, y varios días y noches duran estas guerras alegres en los mercados y en los reñideros de gallos. El más temible rival de los improvisadores es Lucifer, gran musiquero, que en el infierno se aburre y dos por tres se viene a América, disfrazado, en busca de fiesta.


Del Libro: Memorias del Fuego III
Pág. 
De: Eduardo Galeano

Tangueando...

1890
Buenos Aires
Tangueando

El tango, hijo tristón de la alegre milonga, ha nacido en los corrales suburbanos y en los patios de conventillo.

En las dos orillas del Plata, es música de mala fama. La bailan, sobre piso de tierra, obreros y malevos, hombres de martillo o cuchillo, macho con macho si la mujer no es capaz de seguir el paso muy entrador y quebrado o si le resulta cosa de putas el abrazo tan cuerpo a cuerpo: la pareja se desliza, se hamaca, se despereza y se florea en cortes y filigranas.

El tango viene de las tonadas gauchas de tierra adentro y viene de la mar, de los cantares marineros. Viene de los esclavos del África y de los gitanos de Andalucía. De España trajo la guitarra, de Alemania el bandoneón y de Italia la mandolina. El cochero del tranvía de caballos le dio su corneta de guampa y el obrero inmigrante su armónica, compañera de soledades. Con paso demorón, el tango atravesó cuarteles y bodegones, picaderos de circos ambulantes y patios de prostíbulos de arrabal. Ahora los organitos lo pasean por las calles de las orillas de Buenos Aires y de Montevideo, rumbo al centro, y los barcos se lo llevan a loquear a París.

Del libro: Memorias del Fuego III
Pág. 205 – 206

De: Eduardo Galeano

El Profeta...

1900
El profeta

Fue aquí, hace más de cuatro siglos.

Echado en la estera, boca arriba, el sacerdote-jaguar de Yucatán escuchó el mensaje de los dioses. Ellos le hablaron a través del tejado, montados a horcajadas sobre su casa, en un idioma que nadie más entendía.

Chilam Balam, el que era boca de los dioses, recordó lo que todavía no había ocurrido y anunció lo que será:

-     Se levantarán el palo y la piedra para la pelea...Morderán a sus amos los perros... Los de trono prestado han de echar lo que tragaron. Muy dulce, muy sabroso fue lo que tragaron, pero lo vomitarán. Los usurpadores se irán a los confines del agua... Ya no habrá devoradores de hombres... Al terminar la codicia, se desatará la cara, se desatarán las manos, se desatarán los pies del mundo.

Del libro: Memorias del Fuego III
Pág. 228 - 229

De: Eduardo Galeano

El Fútbol en 1889 ...

1889
Montevideo
El fútbol

Setenta años cumple, en Londres, la reina Victoria. En el río de la Plata, lo celebran a patadas.

Las selecciones de Buenos Aires y Montevideo disputan la pelota, en el campito de La Blanqueada, ante la desdeñosa mirada de la reina. Al centro del palco, entre las banderas, se alza el retrato de la dueña de los mares y buena parte de las tierras del mundo.

Gana Buenos Aires 3 a 0. No hay muertos que lamentar, aunque todavía no se ha inventado el penal y arriesga la vida quien se aproxima al arco enemigo. Para hacer un gol de cerquita, hay que embestir contra un alud de piernas que se descargan como hachas; y cada partido es una batalla que exige huesos de acero.

El fútbol es juego de ingleses. Lo practican los funcionarios del ferrocarril, del gas y del Banco de Londres, y los marineros de paso; pero ya unos cuantos criollos, infiltrados entre los artilleros de rubios bigotazos, están demostrando que la picardía puede ser un arma eficaz para fusilar arqueros.

Del libro: Memorias del Fuego III
Pág. 203 -204
De: Eduardo Galeano

sábado, 14 de junio de 2014

Las Invisibles...


Las Invisibles
Mandaba la tradición que los ombligos de las recién nacidas fueran enterrados bajo las cenizas de la cocina, para que temprano aprendieran cual es el lugar de la mujer, y que de allí no se sale.
Cuando estallo la revolución mexicana, muchas salieron, pero llevando la cocina a cuestas. Por las buenas o por las malas, por secuestro o por ganas, siguieron a los hombres de batalla en batalla. Llevaban el bebe prendido a la teta y a la espalda las ollas y las cazuelas. Y las municiones: ellas se ocupaban de que no faltaran tortillas en las bocas ni balas en los fusiles. Y cuando el hombre caía, empuñaban el arma.
En los trenes, los hombres y los caballos ocupaban los vagones. Ellas viajaban en los techos, rogando a dios que no lloviera.
Sin ellas, soldaderas, cucarachas, adelitas, vivanderas, galletas, juanas, pelonas, guachas, esa revolución no hubiera existido.
A ninguna se le pago pensión.


Del libro Espejos: Página 251. Eduardo Galeano 

Trotula...


Trotula
Mientras las Cruzadas arrasaban Maarat, Trotula Ruggiero moría en Salerno.
Como la historia estaba ocupada registrando las hazañas de los guerreros de cristo, no es mucho lo que se sabe de ella. Se sabe que un cortejo de treinta cuadras la acompaño al cementerio y que fue la primera mujer que escribió una tratado de ginecología, obstetricia y puericultura.
Las mujeres no se atreven a mostrar ante un medico hombre, por pudor y por innata reserva, sus partes intimas, escribió Trotula. Su trabajo recogía la experiencia de una mujer ayudando a otras mujeres en asuntos delicados. Ellas le abrían el cuerpo y el alma, y le confiaban secretos que los hombres no comprendían ni merecían.
Trotula les enseñaba a aliviar la viudez, a simular la virginidad, a sobrellevar el parto y sus trastornos, a evitar el mal aliento, a blanquear la piel y los dientes y a reparar de los años el irreparable ultraje.
La cirugía estaba de moda, pero Trotula no creía en el cuchillo. Ella prefería otras terapias: la mano, las hierbas, el oído. Daba masajes caroñosos, recetaba infusiones y sabía escuchar.


Del libro Espejos: Página 77. Eduardo Galeano