jueves, 2 de junio de 2016

Don Pedro Casale …“¿Las malas palabras, les pegan a las buenas?”…


Esta es la historia de Don Pedro Casale, hincha a muerte del Canalla de Rosario, en este cuento adaptado, se transcribe su experiencia llena de vida por Don Futbol y ese apasionamiento casi anormal pero bastante muy normal para todos nosotros amantes de este deporte, de este juego y por sobre todo de esa camiseta que es la misma piel, y esa bandera que flameamos con nuestros colores. Historia transformada en cuento, o cuento adaptado a una historia sublimemente mortal de un tal 19 de diciembre…

Y entonces el cuento cuenta…

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MUCHOS DE USTEDES ya conocen la historia. Y los que no, la tendrían que conocer. No porque sea mía, una víctima fatal del amor en el futbol, sino porque la narro ese chambon que puede escribir emociones como si las estuviera viendo. Casi nada, che. Mi vida y mi muerte, mi estupendo asesinato consentido, mi suicidio forzado, están contados por el Negro
Fontanarrosa ¿Y quién lo hubiera escrito si ese día me quedaba en casa, o en la quinta de mi hermano? Nadie, pero nadie de nadie. Quien carajo lo iba a contar. Si yo faltaba al clásico, a ese clásico, solo García Márquez me hubiera representado, y en ese cuento del naufrago, porque ni en pedo me quedaba a vivir el infierno en Rosario. No, no, gracias. Preferí el cielo. ¿Iba a faltar justo a esa cita? ¿Iba a estirar mi vida al costo de perderme lo mejor de la vida?

Empecemos desde el empiece. Yo nunca, pero nunca, jamás en mi canalla vida, había visto perder a Central contra la Lepra, allá por 1971. ¡Y no arrugaba, eh! Iba a todas las canchas, siempre, salvo alguna que otra vez. Cuando por puta casualidad me pasaba algo, una enfermedad o uno de esos quilombos en serio que te impiden ir a tu funeral y hasta perderte un clásico, los lepra nos pasaban el trapo. En la OCAL saben que es verdad.

Y esa vez no era joda. Yo estaba estropeado del bobo, de adeveras. Hacía dos años me habían levantado como una milanesa después de un infarto y, cagando aceite, me devolvieron a casa con la condición de guardarme en el freezer para toda la vida. Si, señores, con esa crueldad que les digo. Lejos de las canchas, lejos de los árbitros, lejos de arroyito… Me lo banque. Un tiempo, me lo banque como pechofrío en su cubetera. Me lo banque, tanto como pude, hasta que aparecieron ellos, mis entrañables asesinos.

El Colorado. Miguelito, el Negro, todos los amigos de mi hijo, que ya andana en otras tierras (por suerte) vinieron a hincharme soberanamente las pelotas para que volviera a las tribunas, ¡Y contra Ñubel! ¡Qué impotencia, la gran puta! ¿Cómo hacia para decirles que ni muerto me perdía ese partido? ¡¿Cómo hacia para decírselos, con mi mujer y mi hija mirando?! ¡Con el médico mirando en el consultorio! Toda mi familia estaba de acuerdo: mi regreso a un estadio era una absurda utopía. No había lugar para vacilar. En pleno ruego de los pebetes les respondí que no, un rotundo no. Y en seguida percibí ese cruce de miradas entre canallas seriales que pensaban sacrificarme igual, contra mi voluntad, para impedir la humillación, para salvaguardar la salud mental de los niños centralistas…

Dios, ¿podía ser tan mierda de negarme a semejante causa?

Mi señora creía que sí. Y mis intentos de engañarla, a ella y al médico, lo acepto, habían sido bastante pobres. Pensé mucho para llegar al más elaborado de todos, pero evidentemente, en algo falle.

-          Me consiguieron un turno con un cardiólogo cubano en Buenos Aires, y tengo que viajar si o si – le enfatice a la gorda, convencido.
-          ¿Y que día te dio cita? – sonrió, con insensible sarcasmo.
-          El domingo – balbucee, con la cara dura y el corazón partido.
-          Si, seguro… Si el cardiólogo se llama Aldo Pedro, que venga a verte a casa – me liquido.
NO TENIA SALIDA. Y esos pibes, de mi sufrimiento, ni idea. Ellos solo pensaban en ellos, y en Central. ¿Y si no iba? Yo también lo pensaba. ¿Qué era casualidad el invicto que llevaba en 59 años? ¿Y si perdía? Un rosarino dijo alguna vez: “Más vale morir de pie que vivir arrodillado”.
Sabía que no iba a faltar, pero nadie más podía saberlo. Tenía miedo. Si, miedo. De la muerte, no, qué carajo me importaba. Tarde o temprano, iba a llegar. Tenía miedo de que fallaran.

Temía de ese soñado operativo para engatusarme, secuestrarme y arrastrarme hasta la popular, como pata de conejo, tan solo fuera una ilusión de mi morbo canalla.

A todo esto, mi bobo seguía galopando como yegua embarazada renga y, aunque el arpa estaba cerca, no era cuestión de empezar a tocar antes del 19. Eso sí que no, eh. Mi pánico era no soportar la ansiedad. Y ahí me salvo el flaco Virulana. En realidad, lo importante fue el bocho del Colorado, flor de hijo de puta el Colorado, que ideo todo para engañarme, pero el Viru, detective cordobés frustrado, convertido en mozo rosarino entrometido, dio con la justa, y me la batió.

-          Así viene la mano, Don Casale. Como saben que el tordo le recomendó escaparle al zogaca del clásico, consiguieron un micro, consiguieron. Justo de la línea 305, la que debe tomar para ir a la quinta de su hermano, y así lo van a ractar para llevarlo al monumental… Me debe la vida ahora, compadre. Gracias a mí, podrá zafar del secuestro.
-          Si flaco, te debo la vida…

Me relaje y, ya sin tensión, espere mi trampa, mi maravillosa trampa, preparándome para mi muerte. No sé como harían para esconder las banderas y la locura en el colectivo, pero verlo sería divertido… Solo Dios y yo sabíamos del pacto.

Tal como estaba previsto, Salí de casa, y me ese inolvidable 305. Todos los pasajeros parecían estar dormitando… ¡Que pelotudos, por Dios! ¡Tenían que verlos! Al gordo Papa lo conocía de la cancha desde que tenía 40 centímetros, y ahora estaba ahí tirado, tratando de engañarme, camuflándose con un bolso en el que se leía claramente “Gordo Papa”. Nunca fue la logística su fuerte. Y encima, ese inconfundible olor a vino mezclado con transpiración se podía oler desde Buenos Aires. Era gracioso, y emocionante a la vez, debo reconocerlo. Una lata de canallas dementes estaban asfixiándose por un amuleto, ¡por mi!

Y ahí comprendí el porqué de tanta caravana ¿entienden? Me cerró por fin el secreto de la OCAL. Ellos estaban eligiendo un posible destino de cárcel, y no perder con Ñubel. Yo estaba eligiendo mi posible muerte, y no perder con Ñubel.

Cuando el Bondi llego a Villa Diego… Mamma mi, ¡tenía que ver la cara de ese pibe, al volante! Claro, ¿Cómo le decís a un tipo que lo vas a matar para que tu equipo gane? Nunca me tuvo que decir. Nadie dijo nada. Tan solo en un instante, una explosión canalla reventó en el micro. Las banderas, los bombos, los papeles, el delirio, la gente…

Me hice al enojado, grite y los putee un poco, en tren de hacerles pagar con algo de culpa el intento de homicidio. Por supuesto, fue totalmente al pedo. Y ya resignado, me dispuse a gozar. Mi cuore tenia que aguantar, todavía un rato más. Lo disfrute, lo disfrute como pocas cosas en la vida.

Solo el negro puede describir lo que yo viví, lo que el vivió, lo que nosotros vivimos ese día. Y Aldo… Y Aldo Pedro… su palomita fue la ráfaga de luz que me elevo por el aire.

¡Así me quería morir! – grite, y deje volar mi alma, impulsada por un Ángel, que me transporto a una dimensión diferente.

-          ¡No te mueras ahora, pelado, la puta madre, que si nos empatan te rompo el culo a patadas! – no era un ángel, advertí, era un gordo en camiseta que me estaba levantando.

Y el resto fue un regalo de Dios. Me dejo sufrir hasta el final del partido para verlos sufrir a ellos, para verlos gritar “uhhhh…”. Y nunca más feliz, y nunca más enamorado de la vida que siempre se está yendo, o de la muerte que siempre está llegando, o del gordo en camiseta que me vuelve a estrujar, o que mierda, enamorado de Central ¡que siempre esta! Gracias Poy, y hasta cada 19 de diciembre. Tan solo llego la hora. ¡Qué importa! Ya lo dijo el Negro. “Si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo esa, hermano! Yo elijo esa”.

AHORA, PIENSEN. Si no podía tolerar un clásico desde la tierra, ¿Cómo creen que los puedo vivir desde acá? Si tiras papelitos caen cuando termino el partido y la pelota solo se te acerca cuando la revienta el Cebolla Giménez, es complicado. Por suerte, una vez al año, me desahogo, todos los 19 de diciembre, con cada palomita, en Rosario, en Cuba, en Nueva Delhi o en Kuala Lumpur. Acá las veo todas. Es nuestra navidad, o nuestra “fecha patria”, como dice el Negro.

Y, de golpe, una vez más, cara a cara, Ñubel, en la vidriera internacional, en el partido más extraordinario y memorable de la Copa Sudamericana, Rosario en los ojos del mundo. Pasaron 34 años desde aquel día, y como cada clásico, veo latir a los colectivos, siento la piel erizada y, por única vez en la vida, y por primera vez en la muerte, me pregunto si valió la pena haberme ido por un festejo. Me cuestiono aquello del soldado que huye, y sirve para otra guerra. De haber sido así, quizás en este clásico estaría ahí, en el Gigante. Algunos acá, igual, me dicen que soy demasiado optimista. Quizá tengan razón. Después de todo, ya tendría como 100 años.

Es que aquí los nervios me tiran para abajo, empatamos en el Parque, no está mal, pero este sufrimiento no se lo deseo a nadie. Lo bueno de todo esto es que ahora, sin preocupaciones, puedo comer choripan, gritar como un desaforado y saltar enajenadamente, como si estuviera en una platea de prensa.

Y cuando entra el Canalla, todo es igual, me explota el corazón una vez más. Fue 0 a 0 allá, y es 0 a 0 acá, pero si ganamos, ganamos. Y si perdemos… Nada, guevadas, imposible, yo estoy acá, pero esta vez será como si estuviera ahí. Y cuando yo estoy, no se pierde. ¿O para qué carajo me morí?

De repente, veo nacer ese tiro libre y se me cierra el pecho como en el parto de mi hijo, se me cierra el pecho cuando empieza a correr Ferrari, se me cierra el culo con el cabezazo de Rubén y me quiero volver a morir. ¡Te estoy viendo Pirulo! Te estoy viendo pirulo querido carajo, entra corriendo, así, y dale, y dale, y dale academia todavía, y ahora frena, congélate del frio de enfrente que no te quiero dejar de ver. ¡Y no mires mas para arriba, porque voy a bajar nene! ¡Salí!, Salí corriendo, que te estoy viendo Pirulete cósmico, ide que planeta viniste!, ¡Y donde está el Gordo en camiseta que lo quiero abrazar! ¡Gracias, Canalla! ¡Gracias, vieja! ¡Gracias, viejo! ¡Gracias, Dios! ¡Termínalo juez, la puta que te pario!

-          ¿Cuánto falta che?
-          37 minutos – responde algún compañero de nube resentido de la vida.
-          ¿Y ahora?
-          35.
-          ¿Y ahora?
-          ¡35, enfermo!

Miro hacia un costado decidido a maltratar al imbécil que habrá muerto de angustia por no pisar una cancha, y no entiendo mas nada. El paisaje, el color, el olor, la sensación… ¿Estoy acá? ¡¡¡Estoy acáaaaaa!!!

-          Si, flaco, donde vas a estar – me responde, el tipo del reloj, en medio de la marea popular.
-          ¡Estoy acá! ¡Estoy acá, carajo!
-          ….
-          ¡Estoy vivo, señores! ¡Corre sangre por mis venas!
-          ….

El suspenso de un lateral intrascendente, me convirtió en el centro de la escena, por varios segundos.

-          ¡Que miran mal, idiotas, salten, o quieren que nos empaten!

Ya habrá tiempo para preguntar porque, como y demás cuestiones básicas que se le ocurren a uno cuando vuelve a estar vivo mientras está muerto. Ahora solo necesito que termine. ¡Sácala Ferrari! ¡Salgaaan de atrássss!

-          ¿Cuánto falta?
-          ¡35, descerebrado!

Me tranquilizo. Mentira, me callo un rato por que me doy vergüenza. Y entonces sí, el tiempo corre, y corre. Y yo salto, y salto, y canto, y soy feliz, como los 19 de diciembre. Seguro el Colorado, el Negro y Miguelito deben estar aca, zanguangos. Quiero abrazarlos, ya falta poco, falta nada.

Y de golpe, el tiempo se detiene un segundo que dura otra vida, ¡La puta, que vale la pena estar vivo! No me vengan con cientificismos de la medicina. Ya van cuatro minutos adicionales y, si la pelota, esa prostituta pelota, se mete en el arco de Central, yo voy a llorar como hace 34 años, voy a sufrir como nunca en la vida y me voy a morir, pero esta vez de un paro cardiaco. El centro pasa de largo y se va clavando como una inyección letal en mis venas, hasta que le cae al Pelado Silva. Le da de taco, y todo se vuelve oscuro. ¡No! ¡Dios, no!

No puede ser cierto. Estoy listo para volver a morir… Me persigno y veo una luz, pero es diferente. Ah, no, es una bengala, ¿una bengala? ¡¡¡Una bengala!!!

Ojeda hizo la de Dios, y me volvió el alma al cuerpo, Bah, en realidad, yo no tengo ni la mas remota idea de donde carajo estará mi alma y mi cuerpo. ¡Pero que importa! Gracias Pirulo, y hasta cada 29 de agosto.

Ahí está, ¡es el gordo en camiseta!

-          Abrazame, gordo, abrazame y asesiname ahogado como la ultima vez!

ABRO LOS OJOS, y estoy acá arriba, de nuevo, para degustar esta panorámica Canalla que regala mi ciudad. No tengas dudas, Negrito. Si uno pudiera elegir la manera de volver a vivir, ¡Yo elijo esta, hermano! Yo elijo está.

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El cuento original está escrito por: Roberto Fontanarrosa, hincha enfermo de Rosario central; “El Canalla”. Y de este cuento existen bastantes versiones, adaptadas, mejoradas y hasta estropeadas …

Este cuento tiene su particularidad, pues si bien la historia es un cuento, este acontecimiento en el que se ve inmiscuido el personaje central Don Pedro Casale, si es cierta. Es decir, el clásico rosarino disputado un 29 de agosto por Copa Sudamericana, si es real. Lo cual causo repercusiones increíbles en el planeta futbol, pues varios creyeron que ese infarto causado, si fue real.

Otro detalle a rescatar (por mi parte) es la gramática del texto. Es decir las “Malas Palabras” que usa Fontanarrosa en este cuento y su particular modo de escribir, redactar y usar términos que son considerados por muchos intelectuales, como “Malas Palabras”. Esas “Malas Palabras” para mi particularmente le dan el matiz ideal que logran que la lectura obtenga atención e inserción y que sean embolsadas cual portero a Don Balón, hacen pues nos insertemos a ese sentir particular que vivimos o experimentamos todos aquellos que alguna vez (miles de veces) disfrutamos al desenchufarnos del cotidiano a monótono vivir. Estar ahí adentro, con el corazón y las pulsaciones a reventar, de una u otra manera mágica, nos hacen distintos. Es como si en ese momento exacto, corto pero largo, nos llenáramos de vida, de autentica y disfrutable vida. 

…“¿Las malas palabras, les pegan a las buenas?”… cuestiono y refuto el gran Roberto Fontanarrosa en un seminario sobre literatura. Ese detalle lo adjuntaremos en alguna otra ocasión. Pero, si las “Malas palabras” existen, pues ¿Por qué no usarlas?…

Espero les haya agradado este texto adaptado y buscaremos otros para seguir palpitando el corazón futbolero, con el que nacimos…

Saludos Totales…


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